De la preservación de una memoria líquida

Porque finalmente toda obra expresa un universo íntimo, profundo de su creador. Porque, como Pedro Meyer, a veces fotografiamos para recordar. Porque la memoria es fragmentaria y discontinua. Porque la modernidad es absolutamente líquida e inasible, aquí el congelamiento de un breve instante, que no volverá jamás; ante cuya certeza, huyo espantado a crear, para preservar, y expresar.

De lo que susurra el viento de Araya

El viento tiene una fuerza insospechada. Luego, si uno lo piensa, lo analiza sólo un poquito -con ese poquito de frente, como dicen los tíos-, es muy obvio: la fuerza le viene de la libertad. La libertad, en Araya, es una planicie inmensa, que parece ignorar algunas montañas por acá y por allá. El viento, en su altanera libertad, te zumba en los oídos. Así de fuerte, así de hermoso es.

Uno acude a esta salina, mina de reyes e inspiración de poetas, con una cierta reverencia ya como muy en la psique. Saber que Margot Benacerraf estuvo aquí; tener en la retina las imágenes de su documental de 1959: esas montañas de sal y esa multitud de personas, familias enteras trabajando en ella, contrasta fuertemente con la realidad actual: acaso una docena de hombres operando o cuidando una máquina que lo primero que se piensa es «debe tener como 20 años allí», derruida, vieja como se le ve. La verdad es que la máquina no llega al lustro de instalada y operativa. La sal es así, lo devora todo, lo añeja.

Y luego estos hombres, afables como personajes de un tiempo romántico ya tan pasado que pocos pueden recordar. A ellos parece que el siglo veintiuno, no los ha tocado con su malicia. Ellos tan abiertos, tan dispuestos a responder lo que uno, impertinentemente, les pregunta con esa curiosidad turista que ahora, en la memoria, me resulta tan antipática. Sin embargo jamás me arrugaron la cara ni hicieron el más mínimo desplante ni me respondieron con indiferente aburrimiento; muy al contrario, todo buen ánimo, todo amabilidad. Tienen, eso sí, una seriedad bien particular. Una seriedad producto de la reverencia, del misticismo con el que éstos, aún con la maquinaria -que está allí enfriándolo todo, marcando distancia con ese tiempo y esos hombres del documental-, comparten con aquéllos: le siguen diciendo «laguna madre», por ejemplo, a la laguna que con cada parto les provee la materia prima de su trabajo.

Uno ve allí la estructura de las viejas oficinas, abandonadas hace menos de diez años, y que sin embargo parece que se derrumban de un momento a otro. Y ve a estos hombres, afables como salidos de otro tiempo, con sus pieles gruesas, con sus silencios. El silencio en la laguna madre parece ser obligado. Es que el viento, en su silbido constante, en su fuerza y su libertad, parece que te susurra cosas al oído; cosas viejas. Uno ve los payloaders apilando la sal, cargándola en los camiones, y los camiones mismos ir de acá para allá, vaciando y volviendo a cargar sal, y es como que una certeza te invade el cuerpo: el tiempo es como la sal.

Aquí puedes ver la serie completa.

En peligro de extinción

En la plaza Bolívar de San Félix, estado Bolívar, habita esta especie, heredera de los fotógrafos de pueblo: aquéllos señores que viajaban con sus enormes aparatos de pueblo en pueblo retratando y vendiendo esos retratos a la gente que, aunque poco a poco fue acostumbrándose a ver su reflejo en un papel sin vida, siguió comprando y dando sustento a estos fotógrafos primigenios que luego, ya lo vemos, se extinguieron.

Ahora, ya lo vemos, quedan estos. Fotógrafos de plaza, que venden fotos carnet, o pasaporte o postal. Son varios, y trabajan con mucha hermandad. El cliente que vaya llegando se lo van asignando al fotógrafo que le corresponda el turno. Así, intuyo, todos trabajan, todos comen. La sobrevivencia de la manada. Ellos saben que son una especie en peligro de extinción.

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